
El Rey Midas y Dionisio
A Midas le gustaba disfrutar bien de la vida, le encantaban las fiestas y pasarlo bien.
Una mañana se encontro un satiro tirado borracho en su jardín.
El sátiro era silenio.
Silenio había viajado con Dionisio a la India y tenía muchas e interesantes anécdotas para relatar.
Midas se entretuvo cinco días escuchando atentamente las historias que le contaba Silenio.
Al terminar, sin mediar ningún castigo por aplastar sus rosas, lo envió sano y salvo con Dionisio.
Dionisio, agradecido por haber dejado marchar a Silenio le dijo a Midas que le pidiese lo que desease, Midas, eligió tener el poder de convertir en oro todo lo que tocase. Y así le fue concedido.
Al principio le resultaba muy divertido hacer rosas o pájaros de oro.
Pero por error convirtió a su propia hija en estatua de oro.
Y más tarde la desesperación se apoderó de él cuando tenía hambre y su comida se convertía en oro o cuando tenía sed y el vino se convertía en oro.
Llorando le pidió ayuda a Dionisio y le dijo que lo0 librara de lo que ahora para el se habia convertido en un castigo.
Dionisio se rió a carcajadas y lo mandó a lavarse las manos para quitarse el toque mágico a un río de Frigia llamado Pactolus, cuyas arenas son todavía doradas. Y le devolvió la vida a su hija.
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